lunes, 18 de abril de 2011

belleza

Contemplar activamente la belleza, embellece. Cuando volvemos de un viaje a una hermosa ciudad, traemos en la cara, en la expresión, algo intangible que antes no teníamos. En esos casos, estando aún recién llegados, siempre hay alguien que se nos queda mirando unos segundos y no acierta a decir lo que ve. Pero es indudable que ha visto algo que antes no estaba ahí. Y al igual que existe el detector de metales, hay quien tiene un especial sentido para detectar belleza, por más que esta trate de ocultarse en las profundidades, o pasar desapercibida, o colarse al bies en en el brillo de una mirada. ¿Se cree acaso la belleza que puede ir por ahí sin levantar sospechas y pasar desapercibida sin que se disparen a su paso las alarmas? Hablaba al principio de viajes y ciudades de las que volvemos con algo que antes no teníamos. Y es que el buen viajero es un ladrón, un ladrón de joyas que luego regala a quien se las merece. Confieso que viajo poco pero robo mucho. Soy avaricioso. Y además no hago ascos a nada que de algún modo tenga que ver con la belleza. Sería maravilloso perfeccionar ese detector hasta el extremo de permitirnos adivinar de qué ciudad viene cada rostro y qué han visto sus ojos: ¿barroco, primavera, librerías, ríos navegables, edificios inteligentes, leopardos caminando por las avenidas? Y ya que he citado "librerías", dejo aquí las fotos de una para que cada cual pueda robar belleza en ella a manos llenas.
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