martes, 12 de abril de 2011

lilas

Aprovechando que hoy es martes y el sol de abril me acaricia los párpados e inunda por completo este habitáculo acristalado; aprovechando que me he servido, antes de comer, una copa de albariño bien frío; aprovechando la música que suena de Abbey Lincoln, Diane Schuur, Casandra Wilson... y la tonta sonrisa que se me ha instalado por la cara sin ton ni son; aprovechando que hoy es 12 de abril, cumpleaños de mi madre, voy a atreverme a celebrar aquí una cosa tan cursi para algunos, y tan irrelevante para casi todos, como es el hecho de que se han abierto las lilas en el parque para todo aquel que quiera mirarlas despacio y aspirar su aroma. Las lilas florecidas tienen para mí algo secreto que yo no sé nombrar. Me llevan a tiempos lejanos, muy lejanos, incluso es posible que a "falsas memorias de cosas no vividas". Porque es verdad que con el paso del tiempo vamos acumulando recuerdos que nunca sucedieron, besos de otros, páginas leídas y olvidadas, criptomnesias... Pero se abren las lilas y yo siento una atracción irremediable por acercarme a ellas, cerrar los ojos y aspirar. No se lo he dicho nunca a nadie, aunque no puedo negar que ese aroma me conduce a ciegas al cuello y la cintura de una mujer fragante. Es posible que el brotar de las lilas coincida en el tiempo con el encendido resurgimiento de las hormonas y con esa exaltación que nos hace sentir un cosquilleo en las muñecas y un conocido ardor en el abdomen. Eso incita a tumbarse en la cama, entornar los párpados, pensar dulcemnete en algo, sonreír. Y luego, tras descansar unos minutos, pensar en que tal vez mañana, quién sabe, quizá la vida siga siendo bella.

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