lunes, 11 de abril de 2011

minimal

 El estornudo tiene una magnitud semejante a la de un chispazo, un suspiro, una pizca de algo. Lo que ocurre es que, como la tormenta, avisa con antelación, nos prepara  para la  inminente descarga, dándonos tiempo suficiente para ponernos en disposición de recibir ese no tan pequeño temblor que llamamos estremecimiento. Porque bien mirado, un estornudo es un tsunami en miniatura; la agitación que nos produce puede llegar a alcanzar niveles casi apocalípticos en la escala Richter, y su intensidad es tal que por un instante nos deja ciegos, nos hace perder de vista cuanto nos rodea. Bueno, bien, quizá no alcance la dimensión de un instante, vamos a dejarlo en la mitad de un instante, pero mientras dura, mientras está ocurriendo, la ceguera es total. Y la indefensión también. Esto se percibe con toda nitidez cuando el estornudo nos sobreviene conduciendo. ¿Pero qué ocurre si ese mínimo instante lo pasamos por el microscopio? ¿Qué cabe en ese espacio angosto? Cabe el latido que se produce en la cúspide del miedo, o de la ira, o del placer. Cabe un "¡ay!" en punta o de perfil, un brillo en la cubertería de plata o en dos miradas que se cruzan para un brindis. Cabe un presentimiento. Y poco más. Como mucho queda sitio para el punto sobre la minúscula i. Ni siquiera para añadir la tilde: un afirmativo se saldría de los márgenes y quedaría en fuera de juego. No hay espacio para dar una puntada sin hilo. Menos aún para el punto y aparte. Vas en el coche un domingo de abril, ayer mismo, a eso de las 17.50h. La tarde está de un radiante azul tirando a segoviano. Los niños duermen atrás. La música apagada. La velocidad conforme a la ley. Una espaciada curva abierta es un placer para las manos... al volante. Pero algo sucede, o a punto está de suceder. Te preparas en silencio para ello. La estela de un avión cruza el cielo. Te aferras al volante ante el suceso inminente. El estornudo está a punto de provocar una catástrofe. Intentas pasar por él con los ojos abieros. Pero hay un instante en que la respiración, la sangre, el pensamiento, la mirada y el aire se detienen. Lo que se restablece un segundo más tarde... es lo que pasaría (si existieran los milagros) después de salvar la vida.

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