lunes, 28 de febrero de 2011

boca a boca

Como soy muy bocazas, me gustan las bocas grandes donde la risa es más amplia y la sonrisa más abierta. Por eso para mí las galas de los Oscar cuentan siempre con el valor añadido de las grandes y hermosas bocas de las estrellas de Hollywood. Y en ese sentido el paradigma lo tiene en propiedad... Vamos a ver, ¿quién posee sin discusión la boca más ampliamente hermosa, jovial, frutal, con una risa que enamora sin remedio? ¡Pues quién iba a ser sino Julia Robets! Pasan los años y los Oscar, surgen nuevas estrellas más o menos rutilantes, divinidades del glamour y del couché, cuerpos gloriosos (Halle Berry), bellezones que hipnotizan (Angelina for ever), piernas interminables que llevan al cielo (CR-7), y también actrices geniales (Julianne Moore) que además de belleza poseen un gran talento (Charlize Theron) o un magnetismo especial (Jennifer Connelly). Todo eso es  incuestionable, sí, y ello sin haber mencionado a Rachel Weisz, con la que uno se casaría ahora mismo, lo juro, sin dudarlo. Pero, ¿qué pasa? Sale al escenario con sus esbeltos andares fluyentes la flaca Julia Roberts, se planta delante del atril, espera el plano corto de la ABC y, ante una humanidad que contiene la respiración sin parpadear, Julia... ilumina el mundo con una sonrisa que va de Oriente a Occidente. Es verdad que quien tiene boca se equivoca (y en ambos aspectos voy bien servido), pero es preferible, creo yo, equivocarse con todas las letras que caben en una boca grande... que acertar con la boquita pequeña de pitiminí. Después de todo, que le quiten lo vivido y lo gozado a una buena boca exuberante, que le quiten las jugosas sandías del verano, los grandes besos bajo la luna de agosto, los labios mojados por el vino, las carcajadas más hermosas del mundo...

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