jueves, 10 de febrero de 2011

dos amigas

Hay amistades del pasado que no tienen ningún futuro. Lo percibimos de inmediato, casi con los dos besos o el abrazo de recibimiento. Otras, sin embargo, se apoderan del presente de tal modo que apenas dejan espacio para evocar el ayer e imaginar el posible futuro. Hoy he comido con dos viejas amigas de ayer y de anteayer. Una es apasionada, valiente y periodista; la otra publicitaria, audaz y divertida. Con una bailé canciones de Serrat en la adolescencia (y eso une mucho, a qué negarlo) e intercambié docenas de bonitas cartas que quizá algunas pudieran ser calificadas de medianamente amorosas; con la otra compartí departamento creativo en los 80, tomé copas en Archy, viajé a San Sebastián en primavera, bailé y reí  hasta el amanecer, asistímos juntos al estreno de Nueve semanas y media, supe desde el primer momento que su boda no auguraba nada bueno, y sin embargo no hice sino mirar hacia otro lado, llamar muy de tarde en tarde y sonreír indefinidamente. Han pasado los años. De vez en cuando hablamos, nos ponemos un mail, nos confesamos lo mucho que nos queremos y, cuando por fin nos encontramos después de mil intentos, comprobamos el paso del tiempo y descubrimos que, en efecto, nos seguimos queriendo igual que siempre. O casi. Hoy, tras el café en el Hotel de las Letras, la tarde estaba dulce en la Gran Vía, en Caballero de Gracia, y las chicas de Montera bromeaban y reían en la esquina, como si por momentos la vida fuera una comedia de Blake Edwards, un musical de Stanley Donen... Algo así.

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