lunes, 7 de febrero de 2011

etiqueta negra

Posee la elasticidad del leopardo y la prestancia de un guerrero bantú. Sus 192 centímetros de estatura se mueven con la elegancia de un príncipe que ignora serlo: tiene la cabeza alta, el gesto serio, los hombros rectos y la espalda tiesa de las viejas razas indómitas. Sus movimientos están regidos por una musicalidad no estudiada ni aprendida que le viene del fondo mismo de la estirpe. Hay algo en esos movimientos acompasados como... de una aristocracia antropológica, no sé cómo decir. Por el terreno de juego se desplaza con ligereza y zancada de  antílope, y además lleva inscrito en su código genético el instinto killer del gol. No es por presumir de nada pero he visto el suficiente fútbol en mi vida (son ya muchos años) para saber detectar cuándo un jugador es realmente grande. Adebayor lo es, sin duda. Y el Madrid se ha encontrado, casi a su pesar, con un futbolista de pies a cabeza. Si saben llevarlo adecuadamente, este atleta de ébano que parece sacado de Cuando fuimos reyes puede dar grandes tardes de gloria en Chamartín. Hasta ahí, todo perfecto. Ahora bien, hay un cierto peligro en él, a qué negarlo: más vale que ningún gracioso tocapelotas meta la pata sin calcular con quién está hablando. Con Adebayor, bromas... las justas. De lo contrario, se le puede cruzar un cable en pleno entrenamiento y pegarle un bocado a Mou que le arranque una oreja. Y entonces, ya la tenemos montada. De modo que, vamos a tratar de hacer bien las cosas.

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