jueves, 24 de febrero de 2011

teleoperadoras

Había una preciosa canción de Amaury Pérez: "¿A quién decir lo que mi pecho siente? / A ti, Francois Villon, poeta triste, / lejana sombra que también supiste / lo que es morir de sed junto a la fuente." No sé por qué me acuerdo ahora de estas cosas, cuando la vida y el amor me quieren y no me puedo quejar. Quizá sea por eso mismo. ¿Cómo era aquello? "La pura pena de no saber por qué". Punto y aparte. Nos llaman a casa mañana y tarde teleoperadoras desde varios continentes. Pongamos por caso las que nos hace Jazztel. Pueden ser desde Machu Pichu o desde Tenoctitlán. Desde Majadahonda o desde Quito, Lima, La Paz, Santa Fe, Ciudad Lineal, Santa María de Iquique, Santa María de Onetti, Comala, Macondo... tantos sitios. Nos llaman a cualquier hora y con todos los bonitos acentos del mundo hispano. Hay teleoperadoras con las que dan ganas de establecer conversación o iniciar un viaje en tren o en mail o en móvil hasta la costa más alejada del Pacífico o del Adriático (en el supuesto de que estuviéramos de viaje de novios en Venecia). ¿Qué responder a las 16.05 h. de un jueves dulce y particularmente amoroso, recién inaugurada la siesta? Peor aún, ¿qué decir cuando no llego a la hora debida, cuando mi teléfono móvil está apagado o fuera de cobertura, o todo da a entender que voy a estar desconectado durante... pon tú las horas, los días, las semanas? Bueno, bien, a lo que iba: suena el teléfono y lo descuelga mi mujer, recién llegada a casa:
     -¿Síiii? Dígame.
     -¿El señor Luisalonso?
     -¡Ni me nombres a ese cabrón!
     -Perdón, yo solo...
     -¡Es un canalla y un miserable. ¿Vale?
     - Pero... si parecía...
     - ¡Ni parecía ni nada!
     - Pero...  señora...
     - ¡Sí, hija, sí, está en Venezuela, con un putón desorejado que fue miss Caracas hace tres años, o eso dice. ¿Te parece bonito? ¿Eh?
     De ese modo mi mujer ha conseguido que las teleoperadoras de Jazztel nos den tregua por una temporada. Veremos hasta cuándo.

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