viernes, 25 de febrero de 2011

cuando nadie nos ve

Nada hay más íntimo que aquello que hacemos a solas. Cuando nadie nos ve, nos movemos por la casa de otro modo, quizá con otro tempo; nos detenemos unos segundos sin motivo aparente, como secuestrados por un duende; nos miramos al espejo, tratando de averiguar algo, no sabemos qué, a la vez visible pero oculto. Cuando nadie nos ve somos más nosotros que nunca. Quién no ha deseado alguna vez ser "el hombre invisible" y entrar en la alcoba, en el salón, en la cocina donde la persona amada, soñada, deseada... se mueve y se comporta sabiéndose a solas. Lo confieso: yo, casi todos los días. Cuando alguien me gusta de veras, trato de imaginar cómo será en su espacio de intimidad; de qué modo se sentará en el sofá para ver Modern Family; con qué actitud de pereza o desgana o voluptuosidad dejará (tras la ducha, el entreabierto albornoz, el pelo mojado) las piernas separadas, en abandono... mientras se toma un martini y decide entretanto si esta noche sale o se queda en casa, si llama o si apaga el móvil, si un poco de locura o... tres horas de excitante literatura. Y estando en esas, elegir un pantalón o una camisa ante el armario abierto puede ser un acto heróico lleno de existenciales dudas, de pros y de contras, de matices antagónicos. Al final se acaba imponiendo el método hegeliano de tesis / antítesis / síntesis. Qué menos. Si alguien nos observara en momentos tales... descubriría eso que no vemos cuando nos miramos al espejo: nuestro secreto más personal, lo más íntimo de nuestro ser. En fin. A veces tenemos la sensación (casi la certeza) de que hemos perdido algo... irreparable, aunque no sabemos bien qué. Y entonces, quizá, nos acordamos de una vieja canción llena de pequeñas cosas nuestras. Y no podemos evitar que se nos escape alguna lagrimita... cuando nadie nos ve. (Ha sido un exceso de sentimentalidad, lo sé, pero hoy es viernes, y además especial para mí; en el post del lunes prometo estar más gamberro.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario