miércoles, 22 de diciembre de 2010

servicio de limpieza

Aunque la imagen de un chillida en la chatarrería me ha fascinado desde el primer momento, y me sigue fascinando como un tesoro en la oscuridad, no voy a hablar hoy de la poética chatarrera, tan poderosa. Pero sí de arrojar al contenedor toda esa especie de chatarra que dejan los días. Hablo de hacer limpieza, soltar lastre, desalojar la broza visible e invisible que se acumula a nuestro alrededor: periódicos atrasados, botellas vacías, ropa vieja en desuso, las migas de ayer en el mantel ... Y también la ceniza fría que dejan las malas madrugadas, los restos del insomnio, los tristes tigres malogrados sin ardor ni brillo; y las sombras gastadas, los arrepentimientos a destiempo, la sucia espuma de las horas que el día no digiere ni la noche acepta... En fin, todo ese cúmulo que ensucia y estorba y dificulta seriamente el discurrir de la alegría y el curso de los acontecimientos. Hacer limpieza es una necesidad y una bendición que purifica, pero también es un placer: nos quitamos, además de un peso de encima, esas capas que se van acumulando con el tiempo y oscurecen los colores de los cuadros más luminosos. Sí, hacer limpieza nos restaura, nos rejuvenece.  

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