martes, 21 de diciembre de 2010

se tiene o no se tiene

De igual modo que hay "hormigas" y "cigarras", el mundo se podría dividir entre los que acostumbran a llegar puntuales a las citas y los que no. Estos últimos pertenecen a una categoría humana que en cierto modo yo calificaría de superior. Son una minoría, sí, pero una minoría que está feliz de serlo. Una élite. Es gente (encantadora en la mayoría de los casos) que llega normalmente tarde a las citas, a las reunines, a los encuentros con amigos. Pero lo que de verdad les distingue es su modo de llegar tarde: llegan tarde con naturalidad, con una serenidad de espíritu envidiable y exenta del más mínimo apuro o desagrado ante su evidente retraso. Llegan tarde con elegancia, sin esa agitación, y menos aun sofoco, de quien se ha visto obligado a apretar el paso. No. Eso sería una declaración de culpabilidad en toda regla. Los hombres y las mujeres pertenecientes a esta aristocracia dan por hecho que sus sistemáticos diez, quince, veinte o más minutos de retraso forman parte del margen de maniobra en el horario previsto. Y además, en su fuero interno, están convencidos de que las personas que llegan siempre a la hora precisa (¡no digamos ya con unos minutos de antelación!) es gente nerviosa, alterada, apresurada, que va por ahí con un cierto atolondramiento. En otras palabras: ser puntual por principio es una ordinariez; algo impropio de personas que saben disfrutar de la vida y que jamás tienen prisa. Personas a las que da (o debería dar) gusto esperar. Y eso se tiene... o no se tiene. ¡Cómo les envidio! ¡Lo que yo daría por ser uno de ellos!

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