miércoles, 8 de febrero de 2012

té con limón

Tomo té con limón caliente en taza grande, un souvenir inspirado en los taxis neoyorquinos; de hecho, la taza tiene un viejo taxi amarillo en relieve, y debajo, también en relieve y en amarillo sobre fondo negro, el nombre de New York. El té caliente con limón me alivia el picor de garganta y me produce un cierto bienestar dentro del malestar (tolerable). Previamente, el paracetamol + vitamina C me ha levantado un poco el tono alicaído,  sacudiéndome la sensación de sueño y la pesantez de párpados. Y luego está la codeína del jarabe, que te da un punto algo flotante y como de un lento y perezoso colocón. En tal estado, leer despacio los prospectos de los fármacos resulta un ejercicio casi apasionante. Descubre uno en ellos un mundo por explorar. Más que el principio activo, me atraen los excipientes y sus nombres con poderes: polividona, etanol, docusato sódico, sorbitol líquido no cristalizable... Y luego está el campo de las compatibilidades y las promiscuas interacciones con otros medicamentos. Hay algo de orgiástico ya en la mera enumeración o descripción de esas interacciones permitidas en la comunidad swinger de cápsulas, comprimidos, supositorios, bálsamos, jarabes y demás presentaciones. Se aprenden cosas. También tiene algo de coctelería, de saber qué mezclas funcionan bien y qué otras te sientan fatal o se neutralizan entre sí o te alteran el sueño... y los sueños. En la farmacopea también hay sus combinados estrella, sus dry martini, donde las dosis juegan, claro, un papel determinante; y luego están los lamentables calimochos, los tintos con sifón y remedios semejantes. Todos hemos cometido alguna vez errores, pero con el tiempo y la insistencia investigadora se depura el paladar y se refina el espíritu del paciente. Creo que estoy necesitando más té con limón.

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