viernes, 17 de febrero de 2012

lo llamaremos viernes

Los viernes estoy tan predispuesto a escribir y pasarlo bien escribiendo que mi propia disposición actúa en contra del post del día. El exceso puede llegar a ser tan perjudicial como la escasez; aun así, prefiero el exceso. No soy nada zen ni sintoísta -aunque lo intente a veces-, y, para mí, donde esté la abundancia romana que se quiten los ayunos y las cuaresmas. Dicho en griego: Apolo me hace llorar de admiración y de imposible; Dionisos me acoge en la ebriedad de sus excesos y de mis pecados. Si me pierdo, buscadme en Babilonia, en Alejandría, en la ciudad de Mahagonny, allí donde suene la música y corra el whisky y no se haya descubierto el miedo. Pero hoy es viernes, víspera de carnaval. ¿A qué esperamos para concedernos unos a otros la libertad de elección, de ensoñación, de perder la cabeza y recuperarla después? Y cuando digo 'después' me refiero a 12 horas después, una mañana de domingo en la que todo el mundo duerma o descanse, salvo el SML (Servicio Municipal de Limpieza). Pero 12 horas antes estábamos entrando, sábado noche, en el Baile de Máscaras del Círculo de Bellas Artes. Éramos jóvenes y casi todo nos estaba permitido. Especialmente en carnaval. El beso inolvidable (con lengua, hasta el fondo) de una desconocida enmascarada, formaba parte del decorado y del espíritu de la época. Carnaval es transgredir la norma y no ser uno responsable de sus actos, de sus besos, de sus perpetraciones entre las 00 y las 12 del día siguiente. Lo que suceda entretanto queda exento de toda responsabilidad. De 00 a 12, una vez al año, todo está permitido: ser otro (otra), disfrazarse, cometer crímenes, enamorar novicias, quemar iglesias, estuprar doncellas, navegar por las páginas más inconfesables de Internet. Carnaval es perderle el miedo al escándolo, desafiar a las instituciones con las que estamos más conformes, provocar a la Conferencia Episcopal. Carnaval es un club en el que reír, jugar, beber, dormir, despertar, amanecer... forma parte del mundo, del viernes, del diario de un copy sin ruido, sin miedo, ¿sin qué? Sin qué iba a ser: ¡sin crisis!


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