lunes, 13 de febrero de 2012

juegos de la edad tardía

El título de aquella gran novela de Luis Landero me viene bien para recrear una sensación reciente. Mi mujer y yo estuvimos el sábado haciendo algunas compras en el Carrefour del centro comercial Las Rosas. Y no es que hayamos abandonado Mercadona para pasarnos a la competencia, no; sólo fue una ocasional cana al aire, y además justificada por otras compras ajenas al sector alimentación. Hace años que yo, al hacer la compra con mi mujer, adopto una posición más instrumental que determinante, por así decirlo, y ello es debido a que en ese terreno soy caprichoso, antojadizo y manirroto, a diferencia de ella, que es pragmática, sensata y ahorradora. Pues bien, al inicio del recorrido yo iba a su lado, más que empujando el carro, conduciéndolo suavemente por los lineales. De pronto descubro que ella no está junto a mí, ni a diez metros por delante o por detrás. Sigo mi camino, recreándome en la diversidad de verduras precongeladas, de braseados, saltos, parrilladas, arroces negros... Me pierdo muy a gusto entre las marcas y el tráfico rodado, dejándome llevar... hasta que, minutos después, aparece ella delante de mis ojos: "¡hola!" Pero, estimulado por la experiencia, vuelvo a perderme en seguida, ahora en el sector lácteos y derivados. Y luego más allá, donde los embutidos. Y después siguiendo la línea de la galletería, bollería, cereales, adoptando una actitud recién descubierta: no la de quien busca a alguien sino la de quien se deja encontrar, que es algo muy distinto: un no poner obstáculos a ser hallado de repente o descubierto al final del pasillo. Por así decirlo, es un andar despacio y sin cautelas, como el que se hace el distraído entre las flores. Tres, cuatro veces me perdí y otras tantas fui encontrado casualmente, fruto del seguro azar que rige nuestros pasos y nuestras coincidencias. Aunque, mientras me entretenía aquí o allá, cambiaba de pasillo, giraba a izquierda o derecha, tenía la sensación de estar avanzando a ciegas a su encuentro. Y así era: me dejaba encontrar... y sonreíamos al vernos. Qué tonterías acaba haciendo uno. Y qué tontos placeres novedosos. Fue casi como una perversión: la 'perversión Carrefour'.

1 comentario:

  1. Querido Luis, como siempre me complace leer y ver como tu punto literario y poético, puede convertir algo tan prosaico como una tarde de compras en Carrefour, en una delicadeza narrativa, e incluso "perversa", admirable. C.R.

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