miércoles, 15 de febrero de 2012

auster

"...y aunque no fuese la mujer más bella del mundo, se comportaba como si lo fuera, y una mujer capaz de lograr eso hacía inevitablemente que la gente se volviera a mirarla..."  Me acordé de esa frase -leída un día antes- a eso de las dos y media de la madrugada del viernes al sábado, mientras mi hijo Luis y yo asistíamos al nacimiento de una estrella de la NBA. El partido era un clásico irrenunciable: New York  Knicks versus Los Angeles Lakers. Ambientazo por todo lo alto en el gran templo del Madison Square Garden. Como siempre, con el discreto Woody Allen y el histriónico Spike Lee en las primeras filas. Ya en el primer cuarto salta la chispa y aparece algo muy semejante a una estrella. Se trata de un base de origen taiwanés por el que nadie daba un duro y que está en los Knicks de rebote, de pura chiripa, de serendipity. Pero resulta que el tal "Lin" no sólo está creando el desconcierto en Los Angeles sino que, en apenas unos minutos, ha conseguido enfervorizar a su público, tan resignado últimamente. Hasta el propio Woody Allen parece recuperar la sonrisa de los tiempos en que venía al Madison con Diane Keaton. Lin se mueve por la cancha de un modo diferente, no hay más que verlo; es un tipo desafiante que se atreve a hacer las cosas más impensables. En el segundo cuarto se confirman todo los pronósticos: Lin es la figura del partido y a Kobe Bryant se le está quedando cara de tonto. Mi hijo y yo, así como los comentaristas de la 4, coincidimos en que ese chino desconocido no-puede-ser-tan- bueno-como-parece. Y no lo es: hay pequeños detalles que... Pero las cuela todas, y desde todas las posiciones. Sus marcadores no saben ya qué hacer con él, salvo cargarse de personales. Parece imposible. Nadie que venga de la nada puede ser tan bueno. Nadie. La única explicación está en que él mismo se ha creído su propio milagro. Y funciona. Una y otra vez, desde la línea de seis veinticinco, funciona. Es como si de pronto yo arrancara a hablar taiwanés en Naciones Unidas ante el pasmo de la humanidad. Pese a la ausencia de sus grandes estrellas -Carmelo Anthony y Stoudemire-, los Knicks barrieron a LA, tantos años después. Al final del partido, Lin (¡un base, y además novato!) anotó nada menos que 38 puntos. Fue entonces cuando me acordé de las palabras leídas el día anterior en el libro de Paul Auster -Diario de invierno- que citaba al inicio de este post. En él cuenta el autor la vida de un hombre. Y ese hombre se pregunta a sí mismo por qué lleva una herida en su interior, y por qué escribe. "¿Por qué te has pasado toda tu vida adulta vertiendo palabras como sangre en una hoja de papel?" Ahora el autor ha entrado, dice, en el invierno de su vida, y quiere saber, quiere saber. Y eso no es más que una gota en medio de un océano de un libro de 243 páginas. Anagrama.



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