martes, 7 de febrero de 2012

besos robados

Hay días que no está uno para grandes esfuerzos de imaginación, y menos aún para fijarse en algo y escribir sobre ello. Días en que lo mejor sería callar y mirar para otro lado. Porque si miras para éste, solo encuentras noticias alarmantes, países en quiebra y guerras a la vista. Parece como si los informativos hubieran caído en manos de una banda de apocalípticos. En días así hay que huir de los grandes titulares y refugiarse uno en las cosas pequeñas que pasarían inadvertidas en cualquier control de seguridad o detector de metales. Por ejemplo, los besos por escrito que una amiga mía y yo nos enviamos a través de sms cada viernes, sin falta, desde hace varios años. Estemos donde estemos, nos enviamos y recibimos el beso de ese viernes. Cada uno de ellos lleva o trae algo propio de ese día, de si llueve o anochece, de cómo ha ido la semana o cómo viene la noche, del estado de ánimo o del estado de la mar, llegado el caso. He recibido besos con un inconfundible sabor californiano a bahía de San Francisco. Los he enviado desde algún atardecer de Praga o tras una siesta de verano en Tierra de Campos. Cada beso de viernes tiene su pequeña historia irrenunciable. En unas pocas palabras viajan algunos miligramos de amistad, de afecto, de algo sencillo y personal que ni cotiza en bolsa ni detectan los sismógrafos. Solo son besos escritos. Pero, viernes a viernes, se ha ido creando un mapa, una cartografía de besos con fecha, hora, intensidad de la luz, velocidad del viento... Y todo eso pasaba automáticamente a la memoria sin límites de su potente i Phone (mi móvil tiene poca memoria y en él solo conservo los registros más recientes). Pero, de pronto, una avería, un fallo del sistema, no se sabe bien qué, hace que desaparezcan cientos de besos en un suspiro. Al parecer, son besos ya irrecuperables. Besos borrados. A todos los efectos, como si nunca hubieran existido. Tengo que hacer algo con ellos (sin ellos, en el espacio que han dejado en blanco), pero aún no sé qué. De acuerdo, la cosa no es tan grave como las noticias de los telediarios: después de todo no son más que besos. Y es verdad. Pero también, nada menos que besos. Besos robados.

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