martes, 18 de octubre de 2011

mirada griega

Con el inicio de temporada, he vuelto a mis dos tardes semanales de piscina. Y como no conviene forzar la máquina, he empleado varias sesiones para alcanzar mis habituales 20 largos sin tener que recurrir a la salida a la máscara de oxígeno. ¿Novedades? Sí. Hay obras en las instalaciones, y eso ha obligado a cerrar provisionalmente el vestuario (al menos el masculino). Mientras tanto, nos han habilitado un reducido espacio con bancos de madera, duchas y taquillas. Con ello hemos perdido en amplitud, en espaciosidad, pero a cambio hemos ganado en cercanía física, en calidez, en ambiente. Quizá sea debido al optimismo propio de los inicios de temporada, y al comienzo de todos los campeonatos, ligas, etc, pero es verdad que, entre unas cosas y otras, he notado en el vestuario un ambiente de camaradería... así como de equipo de rugby que ha vuelto a la competición. Bromas, risotadas, alegres despelotes, "pásame la toalla, tío" y en general un espíritu más animoso y una mayor liberalidad, diría yo. Los cuerpos parecen más broncíneos y turgentes, incluso me atrevería a decir 'más satisfechos consigo mismos' que al final de la temporada anterior. Y, por lo que llevo visto, creo que se han acortado en todos los sentidos las distancias entre el sector macho (mayoritario, claro está) y el pequeño pero bullicioso grupúsculo gay que tan alegremente irrumpe en el angosto vestuario y bromea enjabonándose por-to-do-el-cuer-po, bajo el agua tibia y compartida de las duchas. Debo admitirlo: quien más, quien menos, todos nos contagiamos de esa alegría entre griega y bizantina; una cosa que oscila entre la euritmia escultural del gimnasio ateniense -siempre siglo V antes de Christo, con Pericles- y el postpartido gamberro en el vestuario de la Selección neozelandesa de rugby, Trofeo Cinco Naciones. En fin, que si por momentos consigo olvidarme de mis inclinaciones más primarias, de mi fervor hacia la curva y el jardín de Venus, y cierro los ojos y me abandono y me dejo llevar por algunos poemas de Cavafis, por la elegancia de Antinoos, por la fuerza y el equilibrio de Aquiles, por las noches al calor de la hoguera junto al noble y dulce Patroclo... Entonces, ay, qué sabe nadie de una noche bajo las estrellas del mar de Jonia en la que todo es posible. O casi. Como puede verse, 20 largos de piscina dan para mucho.

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