viernes, 21 de octubre de 2011

21 de octubre

A medida que avanza la semana se van acumulando temas que, por una u otra razón, quedan postergados. Normalmente, los viernes me encuentro con tres, cuatro, media docena de pequeñas notas garabateadas en una libreta. Son esos  posts no escritos que se han ido quedando en mera expectativa sin cumplir. Rara vez repesco alguno, pero a menudo me queda la duda de si esos descartes no hubieran sido la mejor opción. Hoy, 21 de octubre, tenía sobrado material donde elegir. Y todo él bueno. Muy torpe tendría que estar yo para no conseguir un pequeño texto que se leyera con gusto y dejara en los lectores de este diario una sonrisa de viernes. Quizá indulte alguno de esos temas, de esas notas. Pero hoy no. Hoy -aunque este no es el sitio de las grandes y graves palabras- no puedo ni quiero dejar fuera de este pequeño espacio 'a los que no', por así decirlo. A los que, pasadas unas semanas, un tiempo, ya no van a tener que mirar a un lado y a otro, con temor o recelo, al salir de su casa. A los que no van a seguir con la costumbre de meter la cabeza debajo del coche, por si hubiese algo raro adherido a los bajos. A los que, poco a poco, dejarán de ir a la farmacia con la receta de Orfidal. A los que no van a estar nunca más en las listas negras que encontraba la policía. A los que no van a salir dramáticamente en los telediarios. A los que no se atrevían a decir en el colegio (ni debían hacerlo) cuál era la profesión de sus padres. A los que por poco, por muy poco, por unas décimas de segundo, o por una pequeña duda -¿Pongo la bomba, no la pongo? ¿Doy un paseo, no lo doy?- se libraron de un funeral. No, no puedo ni quiero dejar fuera u olvidarme de ninguno de ellos. Pero tampoco me olvido, ni quiero, de los que no perdonan. Yo mismo (sin tener motivos personales o familiares) soy uno de ellos. Y además, no deseo que nos pidan perdón. Así de claro lo digo. A diferencia de algunos, yo no quisiera para nada que nos pidan (y por tanto, 'me pidan') perdón. Con ello me pondrían en el brete de tener que perdonarlos. Pues no. Como no soy demasiado creyente -aunque a veces tenga ramalazos cristianos-, no estoy dispuesto ni me siento obligado a perdonar... lo imperdonable. No, no, no, y mil veces no. Pero mil noes acaban dando un sí tan grande como la vida, o como esta rabia que siento por todo cuanto no llegó a vivir, y a la vez por esta alegría insospechada que me lleva a creer y a proclamar que la vida es bella. O que puede serlo.

1 comentario:

  1. Anda, no te retrases mucho en publicar el lunes blog.Necesito desconectar ya.Perdona por mi impaciencia.

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