miércoles, 26 de octubre de 2011

fantasías

¿Hasta dónde nos puede llevar la fantasía? Mejor dicho, ¿hasta dónde estamos dispuestos a dejarnos llevar por ella? La fantasía es el territorio libre de impuestos y castigos, el paraíso de la impunidad y del todo vale. ¿O no vale todo? Recuerdo que, según decía el catecismo, al pecado se puede acceder por cuatro vías: "pensamiento, palabra, obra y omisión", en ese orden. Sin desdeñar ninguna de ellas, quizá las más interesantes sean la primera y la última. La 'omisión' voy a dejarla para otra homilía; hoy, miércoles, voy a ocuparme del pensamiento en el más a m p l i o sentido de la palabra. ¿Qué ocurriría si de pronto se hiciera realidad -sin previo aviso, claro- todo lo fantaseado en el mundo durante los últimos quince minutos? O mejor aun, durante los primeros quince del día: desde las 00.00 hasta las 00.15h. ¿Cuántos muertos? ¿Cuántos adulterios? ¿Cuántos bancos desbalijados? ¿Cuántos políticos enviados al banquillo o al exilio? ¿Cuántos goles anónimos de chilena y por la escuadra? ¿Cuántos secretos enamoramientos saldrían a la luz? Da escalofrío sólo con imaginarlo. Quizá podría decirse que la fantasía es el espacio aéreo que tenemos los humanos para ser malos y libres... sin castigo. Porque, vamos a ver, si se nos juzgara a cada uno por nuestras fantasías... ¿alguien sería capaz de presentarse como 'voluntario' al juicio? Yo, ni de coña. Me caerían mil años y un día. Incluso aplicándome todas las atenuantes de ese código penal imaginario: mil años y un día. Cuando Abraham intercedió ante Yahvé para salvar Sodoma, el Señor le fue respondiendo que si hubiere cincuenta hombres justos -y de ahí a la baja, cuarenta, veinte, diez- no destruiría Sodoma, "por amor a esos diez", o por "el amor de esos diez", no lo recuerdo. Bueno, pues eso es lo más parecido a lo que ocurriría a nivel planetario si se enjuiciaran las fantasías humanas de una sola noche. Aunque, no sé, quizá los enamorados irredentos y los goles de chilena por la escuadra (mis hijos) nos salvaran a todos en el último minuto de una lluvia ácida de azufre y fuego y tristeza. Pero, por si acaso, más vale que se anule el juicio a nuestras fantasías. O al menos que se suspenda y se aplace indefinidamente. De todos modos (y aunque no venga mucho a cuento), qué bien entiendo a la mujer de Lot, que "iba tras de él" y, pese a las advertencias, "miró hacia atrás... y se volvió estatua de sal". Nada dice el Génesis acerca del destino de aquella sal que adoptó forma y figura de mujer, pero es cierto que a veces un grano de sal gorda entre los dientes nos trae al paladar y a la imaginación fantasías no del todo confesables. Sí, a qué negarlo: dicha sal entre los dientes sabe a mar y a sirena y a sexo salado de mujer. Pero también saben a mujer los mares, las olas, las espumas...

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