lunes, 31 de enero de 2011

la princesa está triste

Es alto y delgado. Siempre va solo, y normalmente cabizbajo; lleva coleta, sí, pero ha perdido mucho pelo en los dos o tres últimos años. Y con ello diríase que se le ha ido la prestancia y la alegría a este cuarentón ensombrecido. Cuando yo le descubrí, hace seis u ocho años, era una princesa a la que le sentaban divinamente los vestidos ajustados y los zapatos de tacón de aguja. Y si bien es cierto que su nuez siempre resultó protuberante y sus manos masculinamente grandes, lucía unos andares cadenciosos, melódicos; su rostro serio y sus ojos velados tenían un halo como de ensoñación y lejanía. En absoluto se trata de un travelazo hormonado que se ha puesto tetas y va por ahí pidiendo guerra... y cobrando por ella. No. Tan solo es o fue alguien que a veces se viste de mujer, se pinta los labios, se da sombra de ojos, elije cuidadosemente unos bonitos pendientes, unos zapatos de marca, un bolso a juego, y sale despacio a la calle, desafiando al aire y a la vulgaridad. Pero aquellos buenos tiempos quedaron atrás. Últimamente ya ni se viste ni se maquilla ni su mirada tiene otra cosa que no sea la tristeza, acaso fruto de una decepción irreparable. O unos amores contrariados. O una feroz hostilidad que acaba pasando factura. Quizá los sueños incumplidos, o el tiempo sin mesericordia, ése que hace de una mariposa azul un ser sin luz ni alas ni bonitas mañanas de domingo, tras una noche de amor o fantasía. Sin embargo, no hace mucho lo he visto con una peluca muy años 20, un chaquetón negro de peluche que le sentaba divinamente bien, unos zapatos veritiginosos y un maquillaje a lo Max Factor que le había devuelto la mirada de ensueño y es posible que también la esperanza. Quién sabe.         

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