miércoles, 28 de noviembre de 2012

mou

Yo no sé si el tipo que se encuadra por derecho propio y con todos los requisitos exigibles en la categoría de 'los muy bordes', no sé, digo, si ese individuo nace o se hace. Es el viejo asunto del artista genial: Shakespeare, Mozart, Maradona, Greta Garbo, Caravaggio, Morente, Camarón, Wislawa Szymborska, Marion Cotillard... ¿nacieron así... o se hicieron? Como no soy determinista, prefiero pensar que todo hombre o mujer acaba siendo responsable de sus obras, actos, aciertos y errores; no al cien por cien, pero sí en buena medida. Y a ese pequeño espacio donde el azar gobierna sin permiso, a eso me aferro para no condenar sin apelación a los desagradables hombres bordes. Y a día de hoy, el paradigma del borde por antonomasia se llama José Mourinho. Hay que reconocerle al personaje que, aparte de otras virtudes que le adornan -mala educación, frecuentes faltas de respeto, ningún cuidado con las tradiciones del club que le paga, y no mal, por cierto-, Mou tiene la habilidad de poner a medio estadio de su parte. Pero es precisamente eso, el ser borde, muy borde, lo que atrae misteriosamente a una parte del estadio y de la sociedad. Qué importa que tu rival te saque a estas alturas de la Liga once puntos; qué más da si ignoras la cantera, si desprecias o pasas por alto los símbolos y los números sagrados (¡Carvalho con el 11 a la espalda!). Bueno, vale, bien, lo que tu digas, pero lo aplauden a rabiar en una parte del Bernabéu. Y ahí está el asunto, queridos míos. Parece que la vida estuviera diseñada para ser Mou. O sea, ser un borde de toda bordería. Y además sin resultados. Llevando el tema a otros terrenos: ¿por qué los políticos más bordes del mundo, los más objetivamente antipáticos y desagradables (incluso en los gestos, en la voz, en la obscenidad de la boca, de la sucia sonrisa) son capaces de generar tanto entusiasmo entre sus fieles? ¿Por qué? En principio, no debería ser así. ¿Dónde está pues el misterio? No lo sé, pero me temo que aparte de la crisis y de la mala baba española (en Granada lo llaman 'mala follá'), el rencor ciega nuestros ojos. Quizá alguien piense que respiro por la herida, aunque no es así: debo decir aquí, una vez más, que soy de buena familia y he tenido una infancia favorable a la risa y al divertimento. A lo que iba: ¿por qué en un país tan luminoso y desenfadado prospera tanto el odio y se fabrican tantas navajas? ¿Qué tal si seguimos mañana?

No hay comentarios:

Publicar un comentario