lunes, 12 de noviembre de 2012

qué buen rato pasamos

El sábado noche fuimos a ver En la casa, de Fraçois Ozon, adaptación cinematográfica de la obra de Juan Mayorga El chico de la última fila. Qué buen rato pasamos, y qué buena película, caramba. El cartel lleva un antetítulo orientativo: "Siempre hay una forma de entrar." Tranquilos, que no voy a revelar nada importante, ni siquiera daré una pista sobre si el mayordomo es o no el asesino. La película trata de un tema que a mí me excita particularmente: cómo la realidad entra a formar parte de la ficción y el modo en que esta -la ficción, alterada por la realidad-, condiciona y modifica el devenir de los hechos. En otras palabras: alguien observa a alguien y convierte lo observado en materia narrativa, en relato, y por tanto en 'ficción'. A su vez, esta entra en la realidad de la que procede e incide en ella; lo cual da lugar a una nueva ficción que tiene en cuenta lo sucedido en la vida real tras la entrada en escena del anterior relato. Y como una cosa lleva a la otra, y la nueva dará lugar a la siguiente, la que surja tendrá una relación directa con lo que venga a continuación. Y tras cada nuevo paso, con cada vaivén de lo escrito a lo vivido, y viceversa, hay una interrupción que a su vez es un nexo, y, entre paso y paso, aparece la palabra continuará. Todo está concatenado, todo es causa y efecto de nuevas causas que traerán consecuencias. Pondré un ejemplo tonto y tópico: si yo tuviera allí enfrente una vecina exhibicionista que algunas noches se desnudase para que yo la observara; si ello me diera pie a escribir un relato de ficción inspirado en ella; si yo, desde el más ciego anonimato, le hiciera llegar a mi atractiva vecina el primer capítulo escrito; si ella respondiese a mis sugerencias con nuevas audacias a las tres de la mañana; si yo; si ella; si un tercero entrara en escena... ¿Quién responde de lo que pudiera suceder en adelante? ¿El autor o el editor? ¿El narrador o el protagonista? ¿El fantasioso Ginés o la traviesa TT? A veces me pregunto hasta dónde es aceptable fantasear con la vida de los otros. O bien, ¿qué derecho tengo yo a imaginarme situaciones o momentos de tu vida? Ya sé que el mirar es libre (¡faltaría más!), pero ¿qué pasa si dentro de unos años la ciencia descubre que mis fantasías han condicionado tus comportamientos? ¿Quién paga las cuentas, y en qué medida? ¿Quién es el responsable último de tu amor y de mis silencios? ¿Quién lo será de mis olvidos o calamidades? ¿Seguimos... o lo dejamos aquí? Está claro que por cada respuesta posible hay más de cien preguntas probables. Corto y pego: Qué buen rato pasamos, y qué buena película, caramba.

2 comentarios:

  1. Tomo nota de la película. Seguro que merece la pena. Pero no comparto las reservas...
    "¿Y si mis fantasía condiciona tu comportamiento?" Hagamos de ello un argumento ad hoc. Supongamos que es cierto. ¿Acaso serían los pensamientos más abrasivos que la propia palabra?
    yo me acuso...
    modifico la conducta de mis hijos en formato categórico, partiendo de mis propias ficciones (cultura, creencias, costumbres...) y cada día intento también, mediante la persuasión, modificar la mi pareja, amigos...(y en justa correspondencia ellos/as hacen los mismo).
    Me parece que construimos nuestro ser en comunidad. Y menos mal. Otras ventanas iluminan los rincones oscuros internos.
    Y hay un punto no observado: en último término está la posibilidad de elección de receptor.
    Si la vecina de la ventana entiende que mejora su arte ajustándolo al escrito, genial. Si decide que no, el escritor deberá probar suerte con otro relato... quizá acabe cambiando sus gustos. Y volvemos a la pregunta primera. Pero ya sin remordimientos...
    No es esto el pan nuestro de cada día?

    ResponderEliminar
  2. ¡Guauuu! Que en traducción libre viene a decir que tu argumento, MJP, es irreprochable. Y que yo suscribo. Aunque en el post juego a que lo pongo en duda, incluso a que en algún momento pueda parecer que propongo lo contrario. En fin, juegos de copy en crisis.

    ResponderEliminar