miércoles, 21 de noviembre de 2012

grietas

Hay días en que el invierno entra en el otoño, como si se hubiese colado por una grieta, un resquicio invisible pero real que tienen todas las estaciones. El invierno entra en el otoño y se queda a pasar el día, y se retira después, quizá por el mismo sitio que entró. La mayor parte de la gente no lo percibe: nota algo, sí, al levantar la persiana, o al salir a la calle, pero eso solo dura un instante y no se le da más importancia. Son muy pocos realmente los que detectan lo sucedido, los que advierten que el día de hoy ha sido ocupado por otro día, perteneciente este a otra nacionalidad. Ese fenómeno silencioso no les pasa inadvertido a dos pequeños grupos humanos: los pastores y los poetas (aunque no a todos los poetas, solo los de la facción meteorológica). Pero las grietas también están en otros ámbitos: entre la materia y el espíritu, entre la realidad y el deseo, entre la ficción y el periodismo, los sentimientos y los presentimientos. Y más. Por ejemplo, entre lo invisible y la evidencia. O entre los ángeles y los maridos. Hay resquicios, eso es lo cierto, aunque aún no del todo probado. Yo me siento cómodo en ese terreno intangible, valga la paradoja. Es más, tengo por ahí, desde hace cinco o diez meses, un poema a medio hacer que dice más o menos algo como (cito de memoria, o sea, mal): "me gustan esos resquicios por los que apenas pasa el aire de perfil". Y lo cito aquí no solo por tonta vanidad de poeta escaso sino porque creo que ese verso refleja algo verdadero y bastante mío. Quiero decir que no todo está cerrado como una perfecta esfera fría de titanio. Hay fisuras, resquicios, grietas... por donde se producen trasvases en la oscuridad. O a plena luz. Creo que fue el Beau Brummel quien dijo aquello de que (vuelvo a citar de memoria) "un hombre elegante es aquel que cruza Picadilly Circus al mediodía sin que nadie se percate de ello." Pues sí, hay un constante ir y venir de transferencias, un trasiego continuo que va del sólido al líquido y del líquido al gaseoso. Del amor al odio -dicen- solo hay un paso (¿y viceversa?); el chiste fácil y chusco diría que 'del no ser al ser, solo hay un polvo'. Lo cierto es que todo aquello que a simple vista nos parece incomunicado y estanco, luego resulta que no son tan así las cosas. ¿Qué sucede en silencio entre la víctima y el verdugo, entre la ciencia y la poética (y ahí hay mucho tomate), entre la derecha y... la extrema derecha? Che, che, che, un momentito, que aquí hay para todos: ¿qué sucede, queridos míos, entre alguna izquierda y el sopor de la siesta o la falta de coraje? Se me acaba el espacio, pero se abren nuevos resquicios. Quizá otro día. A ser posible, un día de invierno en medio del otoño.

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