viernes, 20 de mayo de 2011

reflexión

Con lo hermosa que puede ser la vida, y de hecho lo es, ¿por qué habrá quienes se obstinan en afearla? Me pregunto qué ocurre en la mente de un ser humano para que empiece a generar odio, a propagarlo, a alimentarse de él. Hay tertulias en la televisión, en la radio, que son auténticos festivales de odio. ¿Por qué? ¿Qué necesidad hay de ello? Esos profesionales del odio, ¿son realmente tan infelices en su vida como aparentan? ¿Habrán tenido una infancia tan atroz? ¿Quién los ha hecho tan desgraciados? Oyéndoles (pocas veces y poco tiempo, que la salud es lo primero) tengo la sensación de que, en efecto, se repite la historia de Macbeth y asistimos a "un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada". Aunque sabemos que cuando la historia se repite lo hace no como tragedia sino como farsa. Pues bien, cada noche, en algunos canales de TV y programas de radio, se representa una farsa. Con ligeras variantes, es la misma farsa todas los noches, en todas las funciones. Quizá yo tenga una visión algo romántica del mundo, pero creo que esos meritorios farsantes (apenas docena y media) son unos actores tan vocacionales que, si dejaran de pagarles por representar su papel, serían capaces de hacerlo gratis. Más aún: llegado el caso (que no ha de llegar), algunos incluso pagarían por seguir saliendo a escena. Es la grandeza del teatro, el veneno del teatro... Y en cierto modo, es lógico que eso ocurra. Cuando alguien lleva veinte años con dos funciones diarias haciendo el mismo papel... pues pasa lo que pasa. Hasta ahí, normal. El problema está en el público. Y me explico. Si acudes una y otra vez (es gratis) a ver la misma obra, pues ya no te conformas con lo mismo de ayer: exiges cada vez más énfasis, más ímpetu, más furia, más ruido... En dos palabras: "más cojones". Y así están las cosas: los actores, echándole cada vez más cojones; el público, enfervorecido, aprendiéndose el papel de memoria y animándose a reproducirlo cuanto antes.  En fin, psicopatías y perversiones morales las ha habido siempre. Pero a pesar de los pesares, la vida es bella. La última de Woody Allen (me dicen) es bella. La conquista de la felicidad, de Bertrand Russell, es bella. Ciertas delicatessen que salen de la la zurda de Mesut Özil, son bellas. Las mañanas de los viernes de mayo (y las tardes), son muy bellas. Algunas cosas que pasan, que están pasando, también. O al menos, así las veo yo.

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