miércoles, 25 de mayo de 2011

gmail versus hotmail

Como tengo dos correos electrónicos distintos, puedo llevar doble vida. Uno de ellos lo dedico a cuestiones de trabajo, a relaciones profesionales, a cosas serias. El otro, a las cosas dulces de este mundo. En el primero he desarrollado un estilo más o menos neutro, sin caer en la gelidez ni en el borderío, claro, pero sin aspavientos ni excesos retóricos. En el segundo me permito libertades, juegos, bromas, besos; por cierto, en él cultivo el arte de besar como si el mail fuera el jardín de los besos virtuales. A veces llego a extremos tan esquizoides que inicio un mensaje en el correo serio y lo continúo en el lúdico. O sea, que lo empiezo en gmail y lo acabo en hotmail. Los líos vienen cuando se cruzan los contenidos de uno y las maneras del otro, cuando un mensaje serio entra en la sala de los juegos indebidos, y un beso muy after hours se cuela en horario de oficina, y lo que en principio estaba en el orden del día (qué bonita expresión: "el orden del día"; suena a Goethe) pues resulta que acaba desordenando el programa de las cosas y los objetivos del briefing, y el contexto se introduce en el texto, el bodycopy entra en un club de intercambios (con mazmorra y cuarto oscuro), y esto ya se convierte en un puro regodeo de promiscuidades interactuantes. Yo procuro mantener el orden y dirigir el tráfico, pero hay momentos en que no puedo evitar los cambios de carril (¡y hasta de sentido, a veces!), las palabras que se pasan sobre la marcha de un vehículo a otro, las confluencias conflictivas... Bueno, y luego están los frecuentes atascos en el muy profesional gmail. Es cuando aparece en su parte superior un aviso con el que pretende hacerse el gracioso, el listillo, sin tener ni puta gracia. Dice así: "¡Vaya!... El sistema ha detectado un problema (#000).- Se reintentará en 25". Pero ni en 25 ni en 50 ni en 500. Y como la paciencia tiene un límite, pues hay que pasarse con textos y bagajes a hotmail, aun a riesgo de que, conociéndolo, dé positivo en un control de alcoholemia. Eso sí, más simpático que él no lo hay. Qué cabrón. 

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