viernes, 27 de mayo de 2011

miénteme

Hay algunos títulos de película, pocos, que por sí solos bien merecen una entrada de cine. No sé cómo será de divertida, inteligente, previsible, tramposa o lacrimógena la muy francesa Pequeñas mentiras sin importancia. Y casi que prefiero no saberlo, por si acaso, pero yo voy a ir a verla. Y voy a hacerlo por esa cosa tan arbitraria e injustificable como es que, de entrada, esa peli me cae bien. Dicho esto, voy a lo que iba. Creo de veras en la conveniencia de las pequeñas mentiras. ¿Qué sería de todos nostros sin ellas? La cortesía, la amabilidad, las buenas maneras, la convivencia en sí misma... están construidas a base de pequeñas mentiras necesarias que se han ido perfeccionando con el tiempo, como cantos rodados, hasta convertirse en componentes imprescindibles para el buen funcionamiento de las relaciones humanas. La familia, la oficina, la cuadrilla de amigos, la comunidad de vecinos, el comité central, la pareja...  Todo está necesitado de ese lubricante que favorece el amor, la amistad, las relaciones humanas, la vida diaria. Sin esas pequeñas mentiras cotidianas todo es arduo, áspero, ingrato. Y luego están las grandes mentiras, las mentiras con mayúsculas. Llegado el caso, yo también las defiendo. Ya sé que esto puede dar lugar a escándalo o a interpretaciones contrarias a mi reputación, ya de por sí bastante desacreditada (después de todo, cada cual tiene la reputación que se ha ido labrando, qué coño). Pero es verdad que en determinados casos las grandes mentiras cumplen una función... humanitaria. La verdad permanente, la verdad absoluta, conduciría al caos. Quizá diese lugar a una Justicia plena y con mayúsculas, sí, pero inhabitable. Me viene ahora a la memoria la escena de una película (ésta sí, maravillosa) de Nikita Mikhalkov, con un Mastroiani último y superlativo: Ojos negros. Al final de la película, Silvana Mangano (esposa de Marcello) le pregunta dramáticamente a su marido algo así como: " Dime la verdad, ¿me has engañado con otra mujer?" Su marido guarda silencio unos segundos, la mira a los ojos con infinito amor, y, finalmente, se arma de valor y dice escuetamente: "No." Lo confieso: se me saltaron las lágrimas de pura emoción. En definitiva, pienso que es más importante, mucho más importante, el amor que la verdad. O al menos que alguna verdad ocasional. No es raro pues que mi diálogo favorito de película sea el celebérrimo: "Miénteme. Dime que me has estado esperando todos estos años."Y ella le responde que sí, que le ha estado esperando. Y él, al final, dice: "Gracias, muchas gracias."


 

          

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