jueves, 7 de octubre de 2010

sobre los ángeles

Hoy no ha sido para mí un día especialmente bueno en la agencia; tampoco especialmente malo. Cuando algo no fluye como debe se convierte en un trombo que obstaculiza la circulación y genera atascos. Lo conozco. En fin, no todo iba a ser paz y amor... y el Plus al salón. Además, tampoco es bueno aburguesarse en un estado de bienestar y felicidad sin límites. Mientras  bajaba en el ascensor, el espejo me ha devuelto la media sonrisa agridulce, ésa que se queda a mitad de camino entre el reproche y la decepción. Pero, como es sabido y está demostrado, Dios nunca abandona a un buen ateo. Saliendo de la estación de Rubén Darío (¿de qué otra si no?), el Señor me ha enviado un ángel con rostro de ángel, y sobre todo con voz de ángel. Pliego el periódico y abro bien los ojos para escuchar mejor. No me puedo creer este milagro. Nunca lo había hecho hasta hoy: en Diego de León abandono mi asiento y voy tras sus pasos para seguir oyendo su voz en el vagón contiguo. A la salida, en el andén (metro Quintana), me presento a ella, no como “copy en crisis” sino como “creativo de publicidad”; le digo que me gusta cómo canta, que si tiene algo grabado... “Toma mi tarjeta. Escríbeme a este mail. Nunca se sabe, pero me encantaría...” No creo que pase de los 30 años. Canta como una brasileña elegantosa, pero con unos acentos dulcísimos (“melismas”, dicen los flamencos) que te llegan al alma... o quién sabe a dónde. Lo cierto es que esa chica rumana  me ha fascinado. Se llama algo así como “Ilionella”, y canta como los ángeles. O mejor.     

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