viernes, 15 de octubre de 2010

bonsoir, tristesse

Hoy sí. Hoy el enunciado de este diario está plenamente justificado. Se veía venir. La veía venir. Estaba en ella a sabiendas de que ella (la crisis, sus efectos) se había instalado en ese trabajo concreto y yo no era capaz de desmontarla. No lo he sido.  Pero lo voy a ser. Mañana por la tarde. El precio es la tardanza, las horas de más que me roba, el poso de amargor que deja. De momento, me ha robado el buen humor, la alegría del viernes. Hoy el título de la novela aquella sería Bonsoir tristesse. Estoy haciendo literatura, qué remedio. Es el viejo truco: “Cantando la pena, la pena se olvida.” Luego irán llegando las cosas favorables: los sms de los viernes (ya casi imprescindibles), el buen vino a la caída de la tarde (también casi imprescindible), la música bien escogida, los preparativos rituales de la cena, la luz, el ambiente, el amor que le tenemos a esta casa... No tengo derecho a quejarme. Además, quejarse no sólo es inútil: es de un pésimo estilo.                



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