lunes, 12 de diciembre de 2011

justicia poética

En el capítulo anterior -viernes 9- habíamos dejado al protagonista de este relato aislado del mundo exterior y metido en una 'ratonera' psicológica de la que no podía, no quería hablar. Por eso él deseaba huir sin ser visto ni advertido. La trama del relato viene a ser esta: un hombre comete en un descuido una pequeña falta administrativa que, sin embargo, conlleva una notable sanción económica. Al tratar de resolver el asunto descubre que, además, se le atribuye una infracción mayor de consecuencias muy gravosas para el infractor. De confirmarse, sería un caso claro de lo que entendemos por 'falso culpable'. Frente a la realidad (o al menos la apariencia) de los hechos, la argumentación del acusado es un supuesto indemostrable que no se sostiene. Y eso lo sabe bien nuestro hombre en apuros. Durante tres largos días el abrumado protagonista vive una tempestad interior, un castigo (injusto, inmerecido) previo al que casi con toda seguridad se sustanciará en breve, con el inexorable lenguaje sancionador de la prosa administrativa. Tres días y tres noches de inquietud, culpa, desasosiego. Y cuando, hoy, lunes, todo parecía ir peor que mal, el funcionario que atiende el extraño caso de nuestro hombre apesadumbrado se levanta de la mesa y se ausenta durante tres minutos, tres, de alma en vilo. A su regreso informa con neutralidad funcionarial de que, pese a las apariencias, y fuera de toda lógica, no hay constancia de falta ninguna, ni expediente incoado, ni por tanto puede haber sanción, ni motivo que dé lugar a apelación, ni a presentar documento exculpatorio de nada, ni a recurrir en tiempo y forma frente a caso ninguno. En otras palabras: nuestro protagonista recibe un 'olvídese del asunto', pero tome nota, y la próxima vez ándese con más cuidado. Así pues, este ha sido un caso (inexplicable) resueto gracias a ese recurso o expediente del azar que llamamos 'justicia poética'. Cuando, ya libre de pecado, el protagonista cruza el parque desierto de vuelta a casa, no puede evitar mirar de soslayo a uno y otro lado, incluso volver la vista atrás, como quien pregunta al cielo si abrir o no el paraguas, para, a continuación, sonreír hacia dentro y apretar el paso.

1 comentario:

  1. ¡Pobre hombre! y qué alivio debió sentir al fin de toda peripecia...!
    Solo espero que no se trate de ti, pues ya te empiezo a coger un cierto ...cariño, (digámoslo así).

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