miércoles, 7 de diciembre de 2011

efectos especiales

Cuando uno ve tanto desconsuelo en personas tan queridas, de qué poco sirven las palabras. En casos como el vivido ayer en un tanatorio de Madrid -yo, que casi siempre voy sobrado de palabras-, no sé qué decir ni cómo hacerlo. Nunca he sabido. En momentos así, solo se me ocurre el abrazo y... poco más. Bien poca cosa es, pero esto es lo que hay. Si la vida fuera como debería ser, ya de entrada no habría lugar al desconsuelo, y en el peor de los casos dispondríamos de los recursos necesarios para crear 'efectos especiales': hechizos, magia, encantamientos, prodigios, capacidad para transformar no ya el agua en vino sino tan solo las lágrimas en alivio, la pena grave en sonrisa leve. Pero no. El mundo no siempre está bien hecho. Quizá por eso mismo, para contrarrestar, se inventaron el abrazo, la sonrisa, la caricia más dulce, las comedias románticas, los musicales... Por cierto, la noche del pasado sábado volví a ver esa maravilla titulada Un americano en París, de Vincente Minnelli; es decir: la vida no como es sino como debería ser. Pero años después de estrenarse ese musical inolvidable, Jaime Gil de Biedma, en aquel poema tan famoso -tanto que ya casi da apuro citarlo-, nos advirtió: "que la vida iba en serio/ uno lo empieza a comprender más tarde." Y vaya que si lo comprendemos. Pero ni este post puede acabar así ni yo puedo permitírmelo: he invertido demasiado tiempo en "defender la alegría como una trinchera", como un derecho irrenunciable, una manera de estar y de decir y de mirar y de agachar la cabeza. Y de levantarla. Por eso tengo que darle la vuelta a este post, a este miércoles, y dejar aquí un enlace que tiene que ver con con el atrevimiento, el vuelo, el guiño, el juego... Claro que, hablando de alegres efectos especiales, ninguno tan necesario y oportuno como el que está a punto, a puntito, de traer al mundo Nagore. Así es la vida.
http://www.youtube.com/watch_popup?v=qvl7kG82EfI&vq=medium

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