viernes, 22 de julio de 2011

solo en casa

Tres semanas estando solo en casa dan para mucho. Dan para leer, escribir, fantasear, cantar las Habaneras de Cádiz, hablar solo, escuchar el silencio, mirar al techo, poner viejos discos, darse una ducha fría a media tarde, andar a veces descalzo y en pelotas, leer de viva voz algún viejo poema, acordarse de alguien, pensar... Incluso, en algún momento excepcional, aburrirse uno muy a gusto. La reiteración crea hábitos. Barrer dos veces por semana. Abrir las ventanas en las horas frescas. Mantener la casa en penumbra durante la mayor parte del día. Permitir un cierto desorden (un desorden natural, digamos) pero ni un paso más en ese sentido: una toalla o un zapato pueden estar tranquilamente fuera de su sitio, pero no todas las toallas ni todos los zapatos. Y lo mismo digo de la cocina y de la mesa de trabajo. Para permanecer un día tras otro solo en casa, y estar a gusto en ella, hay que mantener ciertas normas; de lo contrario, te acaba comiendo el tigre. Más cosas. El teléfono suena distinto durante este tiempo de silencio en la penumbra quieta. La radio hace mucha companía a ciertas horas. Los pensamientos impuros, también. Echar un ojo a las estadísticas de este blog y ver el número de visitas recibidas, la hora en que se producen, las páginas más vistas, el país de procedencia... todo ese curioseo acompaña y entretiene. Pero no todo es café con hielo y regodeo en la concupiscencia: la vida de anacoreta estival tiene también sus sobresaltos. El otro día salí temprano a hacer unas gestiones. A mi vuelta, varias horas despues, sucedió algo realmente inquietante. Fue tal que así: tras meter la llave en la cerradura, girar a la derecha, abrir la puerta y entrar, pues resulta que de buenas a primeras oigo una conversación entre dos desconocidos que está teniendo lugar en ese momento al fondo del pasillo, en el salón. Y lo mejor es que hablan apaciblemente, como si estuvieran en su propia casa. ¿Qué hacer? Es la primera vez que me sucede algo así. Tras dar unos pasos -titubeantes, es cierto, ¡pero al frente!- descubro que  las voces intrusas, ay de mí, no proceden del salón sino del dormitorio... Concrertamente, de la mesilla de noche, donde tengo el radiodespertador. En efecto, lo has adivinado: olvidé desconectar su alarma antes de salir de casa, la cual se disparó a las 8.30, tal como yo había programado la noche anterior, por si me quedaba dormido. Durante horas, la radio estuvo sonando para nadie. Tiene su poética.

2 comentarios:

  1. Es un placer tan grande vagar por la casa vacia....solo, sin notar si estas con ropa o sin ella, el aire quieto con olor a cera y flores, hablando con los muebles que cada uno te cuenta su historia con anteriores dueños, crujiendo la madera de la escalera en el mismo sitio que cuando era niño. El rayo de sol en el suelo (en la parte de atras por la mañana y por la tarde delante) el zumbido de alguna mosca, mirar la silueta de los montes recortados en el cielo. No sigo pq da en cursi pero lo siento y alguna vez lloro

    ResponderEliminar
  2. No sé quién eres, anónimo/a comentarista, pero me gustas. Hay belleza en ti. Y también memoria irrenunciable.

    ResponderEliminar