viernes, 8 de julio de 2011

el parque

Hay un parque aquí en mi barrio... que no es el de la canción aquella. Todas las mañanas a partir de las ocho salgo a caminar unos 30 minutos a buen paso. A esa hora en el parque están funcionando los aspersores del riego; la sombra es fresca, umbría, se camina bien por ella y se respira mejor. Si fuera un poco más extenso y bastante más tupido (como el Campo Grande de Valladolid) sería perfecto. En mi caminata diaria voy viendo las mismas cosas, y casi las mismas caras. Hay un par de grupos de señoras en círculo haciendo tai chi (o algo semejante) que me sorprende cada día. Esa especie de muda coreografía zen a cámara lenta, aquí, en este barrio tan de emigrantes manchegos, andaluces, extremeños, años 60, no deja de parecerme un choque de civilizaciones bien llevado. Y con esa elegancia tan nuestra. Aquí estamos acostumbrados a hacer fusión, mestizaje de culturas, armonización de contrarios, síntesis hegelianas... y todo ello así como el que no quiere la cosa. Por supuesto, las monitoras de tai chi son chinas, o al menos lo parecen, lo cual le aporta un plus de credibililidad al asunto. Pero no dejan de sorprenderme los dos círculos de señoras en chándal con sus armoniosas y delgadas monitoras chinas. Claro que en el parque hay de todo. Desde las ocho en punto hay un pacífico alcohólico, muy muy alcohólico, siempre en el mismo banco, que cada mañana me mira un instante como pidiéndome perdón; le devuelvo la mirada como si el perdonado fuera yo. No sé si nos sonreímos o intercambiamos muecas. Tiene pinta de ser una persona educada a la que le ha ido mal la vida. Quién sabe. También a esa hora hay una pequeña representación de un sector que es todo un clásico: los que sacan a pasear el perro. Estos constituyen una fauna aparte. Yo les hago la ficha en función de su aspecto y del perro que tenga cada uno, que eso dice mucho del dueño. De ese sector me impresiona una señora alta, corpulenta, de unos sesenta y... bastantes años. La he visto tres o cuatro veces, siempre con gafas de sol, siempre con un peinado como de peluquería, eso que antes llamaban "la permanente". Bueno, pues dicha señora tiene un perro al que llama nada menos que Don Juan. Y ella, que sabe que tiene una hermosa voz (así como de aquellas grandes actrices que hacían las radionovelas de Sautier Casaseca en Radio Madrid), llama al perro por su nombre para que los tipos como yo nos enteremos no sólo del nombre de éste sino tambien y sobre todo de la sonora voz que tiene su dueña y señora. Esa gran dama se dirige a Don Juan de un modo impostado, teatral, casi como lo hubiera hecho en escena doña María Fernanda Ladrón de Guevara dirigiéndose al mayordomo o al chauffeur. Pero lo más sorprendente es que, frente a toda lógica, Don Juan no es ningún gran danés, ni galgo ruso o afgano ni nada por el estilo, qué va, es un chucho sin importancia al que le viene grande el nombre; bueno, más que grande, de todo punto inapropiado. Pero así es la vida. Una sorpresa diaria. Machado lo dijo muy bien: "Muchas cosas sabe Onán que nunca supo Don Juan." Hasta el lunes. Ciao.

No hay comentarios:

Publicar un comentario