lunes, 3 de diciembre de 2012

más alegre que combativo

Lo admito sin demasiado rubor: soy más alegre que combativo, y estoy mejor dotado para la fiesta que para el duelo; si fuese actor, luciría con más brillo en la comedia que en el drama, y entonaría mejor en la lírica que en la épica, en la erótica que en la ascética. En otras palabras: río mejor que lloro; por eso elijo a Demócrito y dejo a Heráclito para cuando sea mayor y no quede más remedio. No niego que me gustaría ser dramático y profundo, pero en cuanto me relajo un poco, tiendo más al humor que al honor, más a la superficie que a la hondura, prefiero tomar algo con Edgar Neville que con don Miguel de Unamuno, a quien tanto respeto. ¿Y bien? ¿Adónde quiero llegar con todo esto? Pues muy sencillo: a que a alguien así, con todas sus limitaciones y querencias, la realidad que le rodea le viene extraña. O le resulta algo ajena, o  impropia. ¿Qué hace un tipo como yo -pacífico, hedonista y todo eso- con este feo estado de ánimo que siente y ve a todas horas, por todas partes? ¿Y qué debe uno hacer en este caso? ¿Pegarle fuego a la Bolsa, a la sede de Bankia (y a otras), a varios ministerios, consejerías, bares o clubs o lugares de alterne y encuentros diseñados al gusto de estafadores multimillonarios, de prestigiosos evasores, de patriotas declarados, con número de cuenta oculta en Bahamas, Zurich, Bermudas, Islas Caimán, Jersey, Fijii, Gibraltar? ¿Qué debería uno hacer, además de maldecir o blasfemar en silencio? ¿Dejar de hablar para siempre? ¿Dar la justicia por perdida? ¿Ponerse al servicio del desorden? ¿Pedir consejo cada noche al 666 y rendir culto al Príncipe de las Tinieblas? La cuestión es muy básica: ¿de parte de quién nos ponemos? Si os digo la verdad, a estas alturas de mi vida me apetecen más los ricos y los cínicos; prefiero un perfume carísimo en lugar de poner mi firma al pie de una causa justa o una gente a la que nunca he visto ni veré, quizá con enfermedades y malos rollos. Lo prefiero, sí. Pero, dado que todo eso me impide dormir como quisiera, no me queda otra que ponerme de parte de los perjudicados, de los que se quedan en casa (o si ella) sin remedio, mirando la tele y a la espera de las cifras oficiales de manifestantes: la última vez llenamos los kilómetros que van de Atocha a Colón, pero como en Madrid somos tan amplios, tan abiertos, logramos lo imposible: con apenas 35.000 personas (o sea, el estadio del Rayo Vallecano) conseguimos llenar y bloquear todo el centro de Madrid. Jorge Guillén hablaba de "maravillas concretas." El poeta de Cántico no tenía ni idea de las concretas maravillas que nos pueden llegar en los informativos de RTVE, o en siete de cada ocho periódicos, en nueve de cada diez emisoras, en once de cada doce think tanks. Como para no creer en los milagros.

1 comentario:

  1. Al leerte, sin querer, me ha venido a la memoria esta frase tan hermosa de Kant:
    Dos cosas colman el ánimo con una admiración y veneración siempre renovada y creciente, cuanto más reflexionamos sobre ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí.
    Esto y la alegría de los cascabeles que te acompañan... que fortuna...

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